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Codependencia: cuando las heridas emocionales

sabotean el amor y la intimidad

 

¿Por qué repetimos patrones de codependencia que dañan la relación de pareja y cuál es su origen?

Podemos observar que hay ciertas dinámicas de relación que generan sufrimiento, que sabotean nuestras relaciones e impiden que crezca el amor y la intimidad en la pareja. Generalmente conocemos esos patrones porque los hemos experimentado muchas veces. Pero aunque los conocemos y queremos evitarlos, seguimos repitiéndolos.

Estos patrones son solamente la punta de un iceberg. No es suficiente con ver la parte visible del problema. Para crear relaciones más conscientes, armónicas y nutritivas necesitamos ver el iceberg completo. El origen de los patrones y las dinámicas de codependencia son nuestras heridas emocionales. Heridas antiguas, secuelas de carencias, invasiones y experiencias traumáticas no integradas de nuestra infancia y adolescencia.

En las relaciones de pareja buscamos inconscientemente colmar las carencias de nuestro niño/a interior herido. A través del amor y la intimidad anhelamos nutrir y sanar nuestro corazón. Pero, inevitablemente, la relaciones provocan el dolor, el temor y las heridas que albergamos en nuestro corazón.

Al principio de la relación estamos muy ilusionados y esperanzados porque creemos que el otro/a puede darnos el amor que necesitamos. Pero, antes o después, empezarán a activarse nuestras heridas e inseguridades: el miedo a no conseguir el amor o la libertad que necesitamos, a ser invadidos, controlados, rechazados o abandonados. Y surgirán sentimientos de carencia, traición, desvalorización, tristeza o rabia. Un coctel emocional que, cuando no se gestiona adecuadamente, genera mucho dolor, desconfianza, reproches, conflictos, rechazo o dependencia.

El primer patrón de codependencia que observamos en la relación de pareja –consecuencia de las heridas emocionales de nuestro niño/a interior–, es una polarización. Esto es, un miembro de la pareja empieza a sentir carencia de amor y se vuelve “dependiente,” mientras que el otro se siente sofocado por la necesidad o las expectativas de su pareja y se vuelve “rechazador.” El rechazador cree que el problema lo tiene el otro por albergar demasiadas expectativas. Mientras que el dependiente cree que el rechazador se escuda con una coraza para no abrirse realmente. Ambos tienen parte de razón, pero la solución no pasa por intentar cambiar al otro.

Aunque lo viven de forma muy distinta, los dos miembros de la pareja se sienten traicionados en sus necesidades y se acusan mutuamente por su malestar y por los problemas de la relación. El dependiente reclama más tiempo compartido, amor y compromiso, mientras que el rechazador quiere más espacio, desapego e independencia. Este desencuentro genera mucha susceptibilidad y dificultad para abrirnos, ser vulnerables y conectar íntimamente. Sin un esfuerzo por ambas partes para traer consciencia y responsabilidad a las heridas y temores que están aflorando, la relación entrará en una espiral de reproches, dolor y desamor que conducirá a la ruptura.

Además de estos patrones, cuando no se ha sanado los vínculos familiares, para tratar de conseguir amor utilizamos unos roles. Algunas personas buscan el amor “queriendo ayudar,” asumiendo un rol parental, comportándose como padre/madre, maestro, cuidador, salvador o psicólogo de su pareja. Mientras que el otro/a tiende a empequeñecerse, a delegar su responsabilidad, a volverse “niño/a,” a tomar un rol filial.

Al principio de la relación ambos miembros de la pareja pueden sentirse muy a gusto interpretando su rol. Los dos se alegran de haberse encontrado, porque aparentemente se complementan muy bien. Pero el desequilibrio que generan roles, unido a la falta de contacto y responsabilidad con aquello que disfrazan los roles, dañan la autoestima, la confianza y la intimidad.

Puede ser que la relación sobreviva formalmente muchos años, aunque ambos se sientan muy incómodos y acumulen muchos reproches, agravios y resentimiento. O que los miembros de la pareja se sientan atrapados en una relación sin pasión, sexualidad y crecimiento, interactuando como madre/hijo, padre/hija. Este tipo de relaciones de codependencia es muy adictiva, es tan difícil separarse como dejar de funcionar con los roles. Por eso, tras la ruptura, sin un proceso profundo de introspección, sanación y responsabilidad, lo más probable es que volvamos a repetir estos roles (o los intercambiemos) en la próxima relación.

 

                                

 

Hay algunas dinámicas que se repiten y se proyectan en la pareja y que es necesario que sean sanadas para no reaccionar compulsívamente, generar sufrimiento y desgaste de la relación. ¿Cuáles has visto a través de los años dando cursos y trabajando que son las proyecciones más habituales en la pareja?

El origen de la mayoría de los conflictos en la pareja, así como de la dificultad para crear una relación de pareja satisfactoria, es no haber completado la relación con los progenitores. Mientras hay dependencia o rechazo, reclamos, reproches o resentimiento hacia los padres, no se puede completar la relación. Los temas no resueltos con los padres interfieren en nuestra vida y sabotean la relación de pareja.

Las formas que toman esas proyecciones son muy variadas. Una muy común es empezar idealizando a la pareja y más tarde juzgarla y sentir que él o ella no es adecuada o suficiente para mí. Analizar las proyecciones no impedirá que se produzcan. Si queremos crear un vínculo de pareja sano tenemos que sanar nuestras raíces: el vínculo con nuestra madre y nuestro padre. La mayoría de los problemas que surgen en la relación de pareja no son problemas de pareja, son el reflejo de las heridas y los conflictos no sanados con nuestros padres que proyectamos en la pareja.

En nuestros cursos participan hombres y mujeres que quieren tener una buena relación de pareja, y también parejas que necesitan ayuda para dejar de repetir ciertos patrones que perjudican la relación. A veces creen que no tienen ningún problema con la madre y/o el padre. Pero cuándo investigan el origen de su problemática, cuándo se adentran en su cuerpo emocional, descubren (o constatan) que hay un tema no resuelto con la madre o el padre que está saboteando su vida y sus relaciones.

 

Cuando una relación entra en un bucle de reproches, quejas o distanciamiento ¿tienes algún consejo para salir de ese ciclón que se lo lleva todo, para parar y reconducir la situación?

En lugar de señalar a la pareja –de apuntar al otro como culpable del dolor o malestar que sentimos–, hay que traer la atención a nuestro interior. Reconocer el paisaje emocional que el otro ha despertado en mí. Preguntarme: “¿Esta ansiedad, este temor, esta herida, esta sensación de carencia y desamor, es algo desconocido para mí, o es algo que ya estaba dentro de mí antes de conocer a mi pareja?”

Cuándo nos damos cuenta que estamos heridos, que debajo de nuestra personalidad adulta hay un niño o una niña interior herida, podemos empezar a tomar responsabilidad y hacernos cargo de nuestras heridas emocionales. Podemos ver que nuestra pareja no es el origen real del problema, es básicamente un detonante que activa las heridas emocionales de nuestro niño/a interior. Comprendemos que el origen del problema no está afuera, y que necesitamos abordarlo desde adentro. En lugar de culpar y querer cambiar a nuestra pareja, o de creer que otra persona nos podría hacer felices, necesitamos abrirnos, escucharnos, sentirnos, querernos lo suficiente para iniciar un proceso para sanar nuestro corazón.


Ketan Raventós Klein
Cursos de Codependencia
& Integración del niño interior
www.transformacion-interior.com


 

 

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