Cómo transformar las experiencias traumáticas de nuestra infancia en una vida más consciente, amable y amorosa
A veces creemos que las carencias afectivas y las experiencias traumáticas de la infancia suceden en familias pobres y desestructuradas, en ambientes marginales, pero eso es solamente la cara visible del problema. Hay muchos tipos de abuso, violencia, maltrato y abandono emocional. El más sutil y difícil de detectar es el que ocurre en las buenas familias, en los buenos colegios, en nombre de Dios, donde a menudo el maltrato se justifica e incluso se bendice «por tu propio bien».
Si tú has sido un privilegiado/a por haber nacido en una familia con recursos y por haber tenido una buena educación, te hicieron creer que no tenías derecho a sentirte mal: «¿Cómo puedes quejarte cuando hay tanta miseria en el mundo?». Si tuviste una infancia traumática, desde muy pequeño/a aprendiste a reprimir, minimizar y enmascarar tu sufrimiento.
Cuando empezamos a despertar, a sentir el dolor que hemos acumulado en nuestro corazón y a darnos cuenta de la inconsciencia, las experiencias dolorosas y la falta de amor con la que hemos vivido, nos preguntamos: «¿Cómo podemos liberarnos de las secuelas de un pasado traumático, sanar nuestras heridas y reconducir nuestra vida?»
El primer paso es reconocer nuestras heridas y entender que nuestro sufrimiento no se debe a que éramos «malos», vagos o defectuosos (la idea que nos transmitieron en nuestra infancia y adolescencia); es la consecuencia de unas experiencias traumáticas. Nadie merece ser juzgado, maltratado o abandonado emocionalmente. Cuando nos sentimos vacíos o deprimidos, cuando nos juzgamos y nos castigamos, cuando en nuestro interior reina el conflicto, la ansiedad y el desamor, es el eco de una infancia traumática. Si en los primeros años de vida nos ha faltado cariño, respeto, empatía, apoyo o valoración, o hemos sufrido algún tipo de abuso o maltrato, internamente sentimos que no merecemos amor y recreamos inconscientemente el mismo escenario doloroso a lo largo de la vida.
Cuando ignoramos el dolor de nuestro niño/a interior
recreamos inconscientemente las experiencias que nos hirieron
Para salir de la cadena del desamor necesitamos indagar en nuestra biografía emocional, entrar en contacto con nuestro niño/a interior, con ese ser frágil y vulnerable que fuimos durante muchos años. ¿Qué siente ese niño o esa niña que vive en tu corazón? ¿Puede ser auténtico/a y expresar abiertamente lo que siente, o en algún momento dejó de hacerlo por temor a las consecuencias? ¿Cómo te relacionas con esa parte tuya herida? La escuchas, la tratas con cariño y respeto, o lo contrario: la ignoras, la rechazas, la juzgas, te resulta molesta, desprecias su debilidad y sus necesidades...
El drama de nuestro niño/a interior herido/a no es solamente lo que le sucedió, es que cuando lo ignoramos recreamos las experiencias que nos hirieron. Si en la infancia nos sentimos abandonados emocionalmente, nos sentimos atraídos hacia hombres o mujeres que no están emocionalmente presentes; si no fuimos valorados ni respetados, atraeremos a parejas que no nos respetan ni nos valoran; si para conseguir un poco de atención o cariño teníamos que ser buenos y obedientes, en la relación de pareja buscamos complacer a costa de ignorar nuestras necesidades; si para que nos quisiesen tuvimos que anularnos, para tratar de conseguir atención, cariño o aprobación nos traicionaremos. Repetimos inconscientemente la misma experiencia emocional que nos traumatizó.
Para sanar y reconducir nuestra vida necesitamos ser conscientes de nuestras necesidades emocionales y responsabilizarnos. Abrirnos a sentir y a escuchar a ese niño o esa niña herida que habita en nuestro interior. Crear un vínculo amoroso entre la persona adulta que somos y el niño o la niña herida que tenemos dentro: escucharlo/a, respetarlo, validarlo, permitirle ser auténtico, apoyarlo, abrazarlo... darle aquello que le faltó para que pueda sentirse apreciado/a, respetado y merecedor de amor, y gracias a ello recuperar la confianza en si mismo/a y en la vida.
Para sanar nuestro corazón y reconducir nuestra vida
necesitamos crear un vínculo amoroso entre la persona adulta
que somos y el niño o la niña herida que tenemos dentro
Contactar con nuestro niño/a interior al principio puede ser muy incómodo, porque implica entrar en contacto con dolor, carencia, abuso, rabia, impotencia, vergüenza, miedo, shock (las experiencias no integradas de nuestra infancia); y eso hace que a veces rechacemos o minimicemos esa parte necesitada, insegura y vulnerable que habita en nuestro corazón.
Pero, tengo una buena noticia para ti, el reencuentro con tu niño/a interior no solamente te conecta con tus heridas, también te aportará frescura, vitalidad, inocencia, espontaneidad, autenticidad, juego, risa, curiosidad... o sea, todas esas cualidades que tenías antes de ser condicionado/a negativamente por la sociedad.
Tal vez podemos prescindir de la luz de nuestro niño/a interior, acorazarnos, volvernos mentales, desconfiados y controladores, pero pretender que podemos vivir ajenos a las heridas de nuestro niño/a interior es una ilusión. De hecho, cuanto más ignoramos, reprimimos o enmascaramos el dolor de nuestro niño/a interior, más efectos negativos tiene en nuestra vida cotidiana, porque ese dolor y esa desconfianza lo proyectamos inconscientemente en nuestras relaciones: en la pareja, en los hijos, en los amigos, las figuras de autoridad, etc.
La vida nos está invitando constantemente a ser más conscientes, a destapar las heridas de nuestro corazón, a sanar, a crecer, a despertar. Y nos trae, a través de distintas personas y situaciones, el mismo paisaje emocional que nos hirió, para que miremos en nuestro interior y reconozcamos la herida que necesita ser atendida; para que aquello que no pudimos vivir y expresar conscientemente se pueda completar integrando la experiencia y el aprendizaje.
Extracto del libro: 'Sanar el corazón'.
Despertar el maestro interior
y sanar las heridas emocionales.
Ketan Raventós Klein
- Ediciones Gaia -