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El valor de mirar hacia dentro para 
sanar nuestras heridas emocionales


Todos tenemos una historia emocional, todos hemos vivido experiencias dolorosas que han dejado secuelas en nuestro corazón. Cuando abordamos adecuadamente estas heridas nos ayudan a crecer emocional y espiritualmente; pero si las negamos, las reprimimos o las enmascaramos, se expresan inconscientemente recreando patrones dolorosos.

Sigmund Freud ya lo dijo: «Las emociones no expresadas nunca mueren, son enterradas vivas y salen más tarde de las peores formas». Es decir, cuando no expresamos el dolor que habita en nuestro cuerpo emocional, las emociones reprimidas no desaparecen, permanecen en nuestro inconsciente, condicionando nuestra existencia y proyectándose en nuestras relaciones, generando sufrimiento para nosotros mismos y para los demás. 

De ahí la importancia de poder sentir y expresar conscientemente lo que en su momento no pudo ser vivido, para poder liberarnos del pasado. En eso consiste el proceso terapéutico, en abrirnos a nuestro universo interior para poder reconocer y expresar conscientemente aquello que hemos acumulado dentro: desconfianza, dolor, resentimiento, deseo, vergüenza, culpa, sentimientos de abandono y desvalorización, etc. 

Pero, adentrarnos en un proceso de autoconocimiento y sanación, no es algo sencillo, porque a menudo hay una gran desconexión entre nuestra mente racional y nuestro cuerpo emocional; los mecanismos de protección que tuvimos que desarrollar en el pasado velan para que sigamos disociados, evitando entrar en contacto con las memorias traumáticas de nuestro cuerpo emocional. 

Es natural que haya resistencia a abrirnos a nuestro universo interior. Todos, en mayor o menor grado, en la infancia nos vimos obligados a crear una coraza mental-energética-emocional para protegernos y adaptarnos a las circunstancias que nos tocó vivir. Y aunque nuestra situación externa ha cambiado, los mecanismos de protección sigue estando ahí, velando por nuestra «seguridad», controlando y reprimiendo nuestra energía. Requerirá tiempo, paciencia y amor a uno/a mismo/a poder confiar de nuevo y permitirnos, poco a poco, abrir los cerrojos de nuestro corazón.

El cuerpo emocional y el niño/a interior herido/a

Además de la mente racional, la personalidad y las estrategias que hemos desarrollado para adaptarnos a la sociedad, dentro de cada uno de nosotros hay un ser muy sensible y emocional, con un gran anhelo de conexión, amor y libertad; un niño o una niña que quiere ser auténtica, expresar su energía, conectar con otros, sentirse querida y apreciada.

A veces somos conscientes de nuestro niño/a interior herido/a y de cómo nos condicionan las experiencias traumáticas de nuestra infancia, pero a menudo lo ignoramos. Porque en los primeros años de vida, para adaptarnos a las exigencias del entorno, tuvimos que disociarnos de nuestros sentimientos. Aprendimos a ignorar, reprimir, acorazar y enmascarar nuestro corazón, a desconectamos del sentir y de las necesidades de nuestro cuerpo emocional y a sustituirlo por un discurso mental.

Con el tiempo, el discurso mental se convirtió en el centro de nuestra existencia, en detrimento de nuestro cuerpo, nuestro corazón y nuestro cuerpo emocional. Esa desconexión entre la mente consciente, el cuerpo físico y el cuerpo emocional provoca que, a menudo, lo que pensamos que sentimos no es real y enmascara lo que está sucediendo en nuestro interior. 

La mente dice: «Estoy bien, no me pasa nada», pero nuestra energía muestra enfado, decepción y frustración; o nos decimos: «Yo no necesito a nadie», pero estamos constantemente buscando atención y reconocimiento. O expresamos: «No tengo miedo», pero vivimos congelados o atrincherados; o pretendemos «ser especiales», pero internamente nos sentimos inadecuados, acomplejados, no merecedores; o nos decimos: «Yo estoy abierto/a al amor», pero no somos conscientes de como la coraza y las heridas de nuestro corazón sabotean el amor y la intimidad.

Cuando lo que pensamos enmascara lo que sentimos

Cuando estamos muy heridos, a menudo vivimos en la negación. Vivir en la negación significa negar que dentro de nosotros hay un conflicto, una herida, algo que nos genera dolor, ansiedad, temor o malestar. En lugar de ver, sentir y responsabilizarnos de nuestro temor, nuestra herida o nuestra necesidad, lo negamos y lo enmascaramos. Pretendemos que dentro de nosotros no hay ningún problema y lo proyectamos afuera. Pero negar la realidad interna no nos ayuda; al contrario, cronifica el problema y genera más conflictos.

A veces estamos tan heridos que somos incapaces de reconocer la frustración y el victimismo que hay debajo de nuestro enfado. El orgullo y la desconfianza nos impide abrirnos, mostrarnos, ser vulnerables, expresar nuestras necesidades. En lugar de abrirnos y responsabilizarnos, juzgamos a los demás, les exigimos que sean como nosotros queremos. Y cuando nos rechazan y se alejan porque no se sienten respetados, lo utilizamos para cargarnos de razones y culparlos de la situación.

Hace falta mucho valor para salir de esa rueda. Requiere mucha valentía y consciencia abrirnos a nuestro cuerpo emocional y responsabilizarnos. Es humano y comprensible que durante mucho tiempo hayamos intentado evitarlo, porque no queríamos sentir el dolor que hay en nuestro corazón; pero evitándolo solamente cronificamos el sufrimiento.

Cuando estamos muy heridos creemos que cerrándonos somos más fuertes, porque es lo que tuvimos que hacer en nuestra infancia para protegernos. Pero al cerrarnos o disociarnos de nuestro cuerpo emocional, nuestro crecimiento interior se detiene, porque vivimos desconectados de nuestras necesidades y no podemos procesar y completar las experiencias dolorosas del pasado. 

Negar nuestros temores y nuestras heridas no nos hace más fuertes, solamente genera más coraza y confusión, una brecha más grande entre lo que pretendemos ser y nuestra realidad interna. Y esa desconexión sabotea muchas áreas de nuestra vida: la confianza, la autenticidad, la espontaneidad, el amor, la intimidad, la sexualidad, la creatividad... todo aquello que requiere una conexión profunda con nuestra naturaleza esencial.

Cuando tenemos la valentía de reconocer que estamos heridos y nos adentramos en un proceso profundo de autodescubrimiento, a través de la meditación o/y un acompañamiento terapéutico, podemos aprender a abordar conscientemente nuestro cuerpo emocional, dejar de repetir compulsivamente patrones dolorosos, sanar el trauma y transformar nuestra vida.


Extracto del libro: 'Sanar el corazón'.
Despertar el maestro interior
y sanar las heridas emocionales

Ketan Raventós Klein
- Ediciones Gaia -


 

 

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