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Terapia y meditación en el camino de la sanación

 

El peligro del lenguaje, de utilizar palabras para explicar y comunicar lo que pensamos y lo que sentimos, es quedarnos atrapados en las historias que nos contamos. Mi preocupación, desde el día que empecé a compartir y a acompañar a otros en su viaje interior, es cómo ayudar a un ser humano a descubrirse, a entenderse, a liberarse de su sufrimiento, sin generar más identificación.

Cuando un ser humano se embarca en un viaje interior de sanación y autodescubrimiento, impulsado por un anhelo espiritual, un estímulo creativo o un proceso terapéutico, inevitablemente tiene que confrontar su sombra. Al abrirnos a contactar, sentir y expresar nuestro universo interior, creamos un espacio para la transformación. Pero al interpretar y verbalizar nuestra biografía emocional hay un riesgo: podemos identificarnos con nuestro relato. En lugar de dejar ir el pasado y descansar en nuestra naturaleza esencial, podemos alimentar una historia y una identidad.

Cuando hablo de nuestra naturaleza esencial no me refiero a un concepto, sino a ser conscientes de que aquí ahora hay un observador ecuánime que presencia desapegadamente el drama humano. Cuando estamos muy identificados con la historia personal y la mente egoica, no nos damos cuenta de cómo nuestros pensamientos recrean el sufrimiento. No somos conscientes del observador y el núcleo de pensamientos que conforma el sufridor o la sufridora se convierte en el centro de nuestra vida.

El problema de revisar nuestro pasado, aunque sea con la intención de reconciliarnos con él, es que, cuando albergamos muchas experiencias incompletas, dolor y resentimiento, a menos que aprendamos el arte de la meditación, podemos perdernos muy fácilmente en la identificación y crear un agravio personal de las circunstancias que nos han tocado vivir.

Aunque en estas páginas he puesto el foco en observar las activaciones internas y los mecanismos que desencadenan, el verdadero propósito de este libro no se limita a que conozcas las heridas de tu corazón y aprendas a gestionarlas adecuadamente, sino que puedas ver más allá de ellas. 

El proceso de sanación, a través de la introspección y la autoobservación, la comprensión del funcionamiento de la mente, la descarga del cuerpo emocional y la regulación del sistema nervioso, es una invitación a despertar, a reconocer y descansar en la presencia silenciosa que precede y acoge todo.

El riesgo de usar palabras para intentar comprendernos es identificarnos con ellas e ignorar la presencia silenciosa de donde emergen. Por eso los místicos y los sabios de Oriente, que desde tiempos inmemoriales se han volcado en explorar la naturaleza esencial del ser humano, no se ha interesado por el psicoanálisis y la psicoterapia. En lugar de analizar la mente y el cuerpo emocional para liberarnos del sufrimiento, se ha volcado en la meditación. En vez de intentar arreglar uno a uno los problemas que genera la mente, se centra en el observador, en la consciencia transpersonal.

En mi experiencia, la terapia y la meditación se complementan. Ser consciente de los mecanismos mentales y emocionales que nos generan sufrimiento y aprender a gestionarlos adecuadamente es liberador, al igual que es beneficioso tratar adecuadamente un trastorno físico. Pero, aunque la psicoterapia puede ser una gran ayuda, no es suficiente, porque, cuando uno observa cuidadosamente su universo interior, descubre que el origen de todo el sufrimiento humano es la mente egoica, generadora de separación, confusión, carencia y conflicto. Y comprende que esa mente egoica causante de todo tipo de problemas no puede dirigir el barco.

No se trata de demonizarla ni de culpabilizarse, no. Tampoco de iniciar una guerra civil para destruir el ego, de que el ego espiritual intente eliminar al ego civil. No, por favor, no es por ahí; eso ya se ha intentado con muy malos resultados. Solamente siendo conscientes de nuestra naturaleza esencial podemos presenciar y dejar de alimentar la identificación.

Presenciar siendo conscientes de que nada es personal es la actitud más sabia, porque, al no apropiarnos ni apegarnos a los pensamientos, dejamos de alimentar la separación, el agravio y el orgullo. Pero, cuidado, no hay que confundir presenciar con disociarse. Cuando, en lugar de sentir, presenciar y ser uno con el fluir natural de la vida, rechazamos nuestra humanidad, minimizamos, reprimimos o enmascaramos el dolor, nos perdemos.

La terapia nos puede ayudar a mantener los pies en la tierra, a validar y expresar lo que sentimos, a entendernos, a aceptarnos, a descargar lastre innecesario, a regular el sistema nervioso, a completar etapas. A través de la meditación aprendemos a presenciar sin interferir, a observar cómo, tras una activación, naturalmente acontece la desactivación, sin necesidad de alimentar una historia y reforzar una identidad ilusoria.

La mente es un mecanismo muy complejo y poderoso. Necesitamos aprender a observarlo y utilizarlo correctamente, porque cuando en lugar de ser un instrumento creativo a tu servicio se apodera de ti, genera mucho sufrimiento.

El riesgo de analizar y querer comprender la mente y el cuerpo emocional es perderse en la identificación, no reconocer nuestra naturaleza esencial. Por eso en Oriente, antes de intentar arreglar los problemas mentales y emocionales, primero uno se sienta y aprende a presenciar el ruido mental, a no alimentarlo, a no perderse en él, a hacerse amigo de su soledad, a explorar el vacío, a disolverse en el silencio. Porque, para abordar adecuadamente los conflictos —internos y externos— primero necesitamos encontrar el observador, el espacio de ecuanimidad dentro uno mismo.

Los condicionamientos de la mente oriental y la mente occidental son diferentes, aunque cada día se parecen más. Para un occidental, acostumbrado a la hiperactividad, iniciarse en la práctica de la meditación vipassana o zazen –meditaciones tradicionales budistas–, sin descargar previamente las tensiones acumuladas en su organismo puede ser muy difícil. Tras unos minutos de práctica, probablemente empezarás a sentirte incómodo, incómoda, a percibir tensión corporal, malestar, activación emocional y mucha actividad mental. Cualquier cosa menos quietud y paz interior. Es normal, porque, tras muchos años de presión y represión para adaptarte a la sociedad, has acumulado mucho malestar en tu organismo.

Ten paciencia. Es comprensible que, después de toda una vida de acción —de estar enfocado en objetivos externos y evitar tu universo interior—, al parar y enfocar la mirada hacia dentro al principio te sientas abrumado o desbordada. Empezar con técnicas de meditación activa Osho te puede ayudar, porque estas técnicas tienen varias fases y, antes de sentarte en silencio, te ayudan a descargar la tensión acumulada.

La meditación no consiste en parar la mente, ponerla en blanco o disociarse. Tampoco en sentarse sobre un volcán, ni intentar controlar, anestesiar o espiritualizar el malestar interior. No, hacer eso solamente genera más tensión y frustración. La meditación nos ayuda a enraizarnos en el presente, a reconocer y aceptar nuestra naturaleza y a fluir con la vida. Es natural que, tras muchos años de evitar tu espacio interior, para poder relajarte en el ahora necesites primeramente descargar tensiones físicas, mentales y emocionales. Combinar espacios de meditación y de terapia puede ser una gran ayuda.


Extracto del libro: 'Sanar el corazón'. 
Despertar el maestro interior 
y sanar las heridas emocionales.

Ketan Raventós Klein
- Ediciones Gaia -
 


 

 

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