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La enseñanza del Fuego Sagrado

¿Dónde vas con tanto apremio? ¿Por qué te preocupas tanto? ¿Cuál es el destino final de tanto esfuerzo, orgullo y desasosiego? Que yo sepa todos vamos al mismo lugar: al cementerio. 

En mis años de mochilero, cuando mi pasión era recorrer el mundo, quería aprender directamente de la vida, sin intermediarios, enfrentándome a lo desconocido. Estar solo en un entorno desconocido me ponía en contacto con mi espacio interior, me ayudaba a abrirme, a sentirme, a enfrentarme a mis temores y a conocerme, a confiar en mi corazón y en la vida; a descubrir que la vida siempre me traía la situación, la persona, la experiencia, el paisaje, el problema y el aprendizaje que necesitaba. Durante muchos años viajar hacia lo desconocido se convirtió en mi religión

Un buen día llegué a un pueblecito remoto de Colombia. Al pasar junto al cementerio, en la entrada, había un rótulo que decía: «Aquí terminan las vanidades del hombre». Me impactó, nunca lo había pensado. Cuando tienes 19 años no te interesa el final del camino, solamente te interesa vivir, vivir al máximo, sacarle todo el jugo a la vida. ¿A quién le interesa el final cuando estás empezando a vivir? 

La muerte es una gran maestra, pone todo y a todos en su lugar. Pero en nuestra sociedad la muerte es un tabú. A los niños no se les permite ver a los muertos. La mayoría de las personas tenemos muy poco contacto con la muerte, la evitamos. Hablar con franqueza sobre la muerte suele ser incómodo o inapropiado. Cuando alguien está acercándose a la muerte, en lugar de abrirnos y sincerarnos, de abordar abiertamente el final de una etapa y despedirnos conscientemente, a menudo nos engañamos o engañamos a nuestros seres queridos. A veces, delante del enfermo, los familiares disimulan, pretenden mostrar que todo va bien, incluso engañan al moribundo, porque «pobrecito, no podría soportarlo».

Menospreciamos la capacidad que tenemos de afrontar un hecho natural. En lugar de ayudar al moribundo a completar sus asuntos, a descansar, a liberar su corazón, a morir en paz y despedirse amorosamente de sus seres queridos, lo tratamos como si no estuviese capacitado para morir. 

Creemos que si ignoramos la muerte será mejor para todos. Pero el no querer abrir los ojos y el corazón a nuestro destino final nos mantiene inmaduros, superficiales, disociados. Nos aleja de lo esencial, enfoca nuestra mirada en lo trivial. El no querer ver la realidad nos impide reconocer y darle el valor real a cada cosa. Lejos de ayudarnos a estar más vivos, resta valor y sentido a nuestra propia vida.

En la India, donde he vivido muchos años, la muerte se contempla como un hecho natural. Está muy presente. Convives con ella. La ves cada día en las calles, en los templos, en el mercado, en las orillas de los ríos. La muerte es un fenómeno natural, cotidiano, profundamente humano y a la vez misterioso y sagrado. Cuando alguien muere, los familiares y los allegados lo recubren con flores y lo pasean en una camilla, a hombros, por el pueblo, hasta los crematorios.

En el crematorio, generalmente a la orilla de un río, colocan al difunto encima de una pila de leña y, después del ritual correspondiente, proceden a la cremación. Todo el mundo puede ver cómo arde el muerto, cómo, de repente, se descuelga un brazo o un pie braseado, que queda expuesto a la vista de todos. Entonces alguien, con total naturalidad, devuelve el miembro chamuscado a la hoguera.

Para los occidentales estas escenas son macabras. Seguramente es mucho más práctico e higiénico un crematorio industrial, pero nos aleja de poder ser testigos de un fenómeno extraordinario, nos priva de contemplar cómo desaparece un cuerpo humano, cómo un cuerpo que estaba rebosante vida se transforma en humo y ceniza.

He tenido la oportunidad de presenciar muchas cremaciones, algunas de personas muy queridas. Contrariamente a lo que pueda parecer, siempre ha sido una experiencia luminosa y profundamente meditativa. Independientemente de las emociones y sentimientos que emergen cuando sabes que no volverás a ver a un ser querido, la profunda tristeza y desconsuelo ante un hecho irreversible, el poder presenciar cómo la vida se transforma, el tener que enfrentarte a tu propio destino, nos pone en contacto con la impermanencia de nuestra naturaleza, con el misterio de la vida y la muerte.

Cuando el dolor y la tristeza ante la pérdida se expresa y nos damos el permiso de mirar, sentir y rendirnos al misterio, una paz profunda nos envuelve. De repente te das cuenta de que la muerte no es tu enemiga, es un gran misterio, un silencio y una quietud indescriptible.

Tal vez te sorprenda saber que Buda, antes de aceptar a un discípulo en su comunidad, le ponía una condición: meditar tres meses en un crematorio, interrumpir temporalmente sus ocupaciones diarias para respirar y contemplar su destino final. ¿Por qué ponía esta condición? Porque la muerte nos desnuda y nos confronta con la realidad. Si no estamos dispuestos a hacer una pausa para abrir los ojos y el corazón a la vida tal como es, no estamos listos para despertar.


Extracto del libro: 'Sanar el corazón'.
Despertar el maestro interior 
y sanar las heridas emocionales.

Ketan Raventós Klein
- Ediciones Gaia -

 

 

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