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Jeff Foster: Cómo sucede la verdadera sanación


                    “Si sacas lo que está dentro de ti, lo que sacas te salvará.
               Si no sacas lo que está dentro de ti, lo que no sacas te destruirá.”

                                             Jesús, Evangelio de Tomás
 

En la niñez, a muchos nos enseñaron que ciertos sentimientos, ciertas sensaciones corporales, urgencias e impulsos “no estaban bien” sentirse o expresarse, y ni siquiera pensarse. Nos enseñaron que éramos pequeños, pecadores, culpables y que estábamos separados del Amor Divino; rotos, sucios y mortales. Y que debíamos purificarnos para volver a estar completos.

Siendo niñas quizás nos enseñaron que nuestro enojo, nuestros deseos poderosos, resistirnos o desafiar, o nuestros sentimientos sexuales no eran algo correcto, no eran naturales, estaban mal, o era algo enfermo, o pecaminoso, peligroso, vergonzoso o “impropio de mujeres”. 

Como niños tal vez nos enseñaron que no estaba bien sentir tristeza, o expresar nuestra vulnerabilidad, nuestros miedos y dudas, nuestras angustias y anhelos. Que si lo hacíamos, si mostrábamos nuestro ser auténtico, seríamos castigados, o ridiculizados, comparados con otros; o simplemente rechazados, olvidados, que se burlarían de nosotros, o nos abandonarían.

Esconder nuestros sentimientos, convertirnos en algo que no somos, crear una “persona” para poder ganar amor o aprobación, se convirtió entonces en un asunto de supervivencia.

Así que de jóvenes, de una manera brillante y creativa hicimos lo que pudimos para empujar, reprimir, silenciar o destruir nuestros pensamientos y sentimientos ‘peligrosos, amenazantes, y negativos’, privando así a nuestro verdadero ser, y creando una falsa máscara para agradar al mundo y evitar el castigo y el ridículo.

Como un asunto de vida o muerte aprendimos a distraer a otros de la “oscuridad” de nuestra alma.  Los sentimientos de culpa, miedo y de odio hacia sí mismos no resueltos de nuestros padres fue internalizado en nosotros, y ahora, en un sentido más profundo, sentimos vergüenza de quien nosotros fuimos. 

Fingimos ser fuertes cuando nos sentíamos débiles. Fingimos ser positivos cuando nos sentíamos negativos. Seguros cuando teníamos dudas. Felices cuando sentíamos un profundo sentimiento de desesperación. Fingimos ser serios, maduros y llenos de dicha cuando en secreto nos sentíamos demasiado jóvenes e inocentes, con ganas de jugar y medio tontos por dentro.

Incluso hoy en día, tal vez sentimos que existe algo erróneo en nosotros, en lo más profundo. Los sentimientos ‘inaceptables y oscuros’ aún supuran dentro nuestro, en lo profundo del inconsciente, drenando nuestra energía vital y nuestro espíritu, haciendo que nos sintamos cansados, deprimidos, letárgicos, ansiosos y desconectados de la vida y de los demás. 

Los sentimientos no sentidos y reprimidos pueden resultar destructivos, y sembrar el caos en nuestro sistema inmune, alimentando todo tipo de enfermedades mentales y físicas, causando comportamientos inconscientes, adicciones, ansiedad, incluso depresión suicida. 

Quizás simplemente nos sentimos “muertos vivos” y no sabemos por qué.
En el mismo grado en que huimos de nosotros, huimos también de la vida.

La sanación puede ocurrir cuando, en la presencia de un amigo con el que nos sentimos seguros, o un terapeuta, o la presencia de Dios, las montañas, la vastedad del océano, o incluso una mascota amiga, podemos encontrar el coraje de dejar que la persona se ‘quiebre’ y reconectar con las partes rechazadas de nosotros mismos. Cuando permitimos que esas energías divididas en las sombras salgan a la Luz de la Consciencia. 

Tal vez tomemos el riesgo de sentirnos más incómodos, más temerosos, más rechazados e indignos, más enojados, y a sentir más caos que nunca. Tal vez tomamos el riesgo de vernos a nosotros mismos, y ser vistos también. A perder la imagen. A salir de nuestros escondite.

El caos reprimido, el desorden, la “víctima”, el niño perdido y sin amor, puede volver a fluir, y esta vez, en vez de ser recibido con culpa y juicios, ser ridiculizado y atacado, esta misma energía recibe amor, respiración, comprensión… le damos la bienvenida, y nuestra atención y curiosidad. 

Todo el poder vital atrapado dentro de estas emociones reprimidas puede vertirse en nuestro cuerpo nuevamente; toda la creatividad del enojo, la angustia, la culpa… el miedo y la alegría ahora nos pueden energizar, inspirar, hacernos sentir completos, poderosos y vivos nuevamente. 

Las energías que antes amenazaban con destruirnos (nuestra rabia, miedos, pena, nuestros deseos más extraños y creativos) ahora pueden convertirse en nuestros más grandes maestros, amigos y guías, siendo nuestra fuente de nutrición.

Mientras tiene lugar la reintegración de la sanación, quizás gritemos, temblemos, lloremos, sudemos, digamos nuevas y sorprendentes palabras, o caigamos al suelo. Quizás parezcamos desastrosos, rotos, salvajes y “locos”. Quizás sintamos y pensemos cosas que parecen “no ser nosotros para nada”. Tal vez sintamos que estamos a punto de morir, o volvernos locos, o perdernos completamente. 

Las personas que imaginamos que eran nuestros amigos quizás huyan del caos, o lo culpen, o traten de “salvarnos” (para salvarse a sí mismos de su propia incomodidad). Nuevos amigos, nueva familia, nuevos amantes, tal vez lleguen para apoyarnos en nuestro proceso, para estar presentes con nosotros mientras nos quebramos y volvemos a unir nuestras partes, y nos enamoramos de nuestra parte salvaje nuevamente. Mientras volvemos al Paraíso.

En el medio de la crisis de sanación, sentimos nuestros pies en el suelo. Respiramos. Permitimos que antiguas y poderosas energías se muevan a través nuestro, como un cielo ancestral que contiene una tormenta. Confiamos en el cuerpo y sus misterios. Recordamos nuestra capacidad divina, cuánta vida podemos contener: lo doloroso y lo placentero, lo violento y lo amoroso, lo positivo y lo negativo, lo sagrado y lo profano. 

Todos los pensamientos y sentimientos tienen un hogar en nosotros. Todas las partes nuestras son dignas de amor, sagradas y naturales. Somos libres, poderosos y estamos completos, incluso cuando nos duele y nos sentimos pequeños. Nuestra vulnerabilidad nunca fue un pecado o un símbolo de ‘debilidad’.

“Supéralo” es la mentira más grande de todas. 

Sí, podemos abrazarlo todo, desde la alegría más grande hasta la desesperación más profunda: este es nuestro verdadero Poder. Como una madre sosteniendo a su recién nacido. Como la Tierra, sosteniéndonos ahora.

Jeff Foster

 

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