Rendirse a la vida: el “Arte de Morir“
En nuestra cultura la palabra 'rendirse' tiene muy mala prensa, porque se interpreta como un fracaso, como una debilidad, como un acto de desidia o de cobardía. «No pares, no te rindas nunca, no dejes de luchar», se oye por todas partes. Porque no entendemos ni sabemos qué significa rendirse. Nos hemos pasado la vida huyendo de nosotros mismos. Sabemos esforzarnos, protegernos, luchar, perseguir, conseguir, resistir, huir, posponer, escapar. Somos expertos en sobrevivir, pero desconocemos el Arte de Morir.
En Oriente se utiliza la metáfora ‘el Arte de Morir’, como un aprendizaje esencial para la vida. No se refiere a la muerte física —aunque es una preparación para afrontar la muerte—, sino a la maestría de vivir entregado al momento presente. Nos recuerda que algo en nosotros tiene que morir para estar realmente vivos.
El significado espiritual de rendirse es lo contrario de huir, de evitar, de escapar; significa entregarse a la vida tal como es. No significa ni sometimiento ni humillación. Al contrario, quien afronta la vida tal como es, con el corazón abierto, respondiendo con honestidad y valentía, emana gracia, belleza y dignidad. Es la Luz que irradia Buda, Jesús, Saraha, Rumi, Meera, Atisha y todos los seres despiertos —hombres y mujeres— que han caminado sobre la tierra.
Rendirse no significa dejar de actuar, sino dejar de discutir con la realidad; en lugar de rechazar o intentar escapar de la realidad, de vivir inconscientemente —huyendo y reaccionando—, te abres a la vida. En la rendición tomas la vida tal como es y desde ese espacio de profunda aceptación surge la respuesta adecuada al momento presente.
La rendición empieza a suceder cuando la consciencia reconoce el origen del sufrimiento humano, cuando comprende que el ego es una ilusión —una creación mental—, un espejismo que causa mucha confusión y dolor. Mientras creemos que el espejismo es real —un oasis en medio del desierto—, esa visión nos impulsa a tomar decisiones equivocadas, basadas en una percepción irreal.
En cambio, si al mirar al horizonte vemos un espejismo, pero somos conscientes de que la laguna que estamos viendo no existe —es solo un efecto óptico—, no nos empeñaremos en tratar de alcanzar algo que, aunque puede parecer muy sugerente, no es lo que aparenta, ni sufriremos un desengaño cuando al acercarnos reconozcamos que el reflejo que veíamos no es lo que habíamos imaginado.
Cuando el ego dirige nuestra vida vivimos persiguiendo espejismos, con la esperanza —y consiguiente decepción— de que estamos a punto de alcanzar un oasis. Pero como nunca lo encontramos, acabamos sintiéndonos estafados, agotados, víctimas de la vida, cuando en realidad nadie nos ha estafado, hemos sido víctimas de una visión y unas expectativas irreales.
Extracto del libro: 'Sanar el corazón'.
Despertar el maestro interior
y sanar las heridas emocionales.
Ketan Raventós Klein
- Ediciones Gaia -