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Las cinco fases del duelo: del shock a la aceptación

La pérdida de un ser querido o la ruptura de una relación de pareja conlleva un proceso de duelo que nos hace transitar por distintas fases y paisajes emocionales. Vivir el duelo conscientemente es esencial para integrar experiencias y aprendizajes y poder crear nuevos vínculos libres de lastres del pasado.

Pero, a veces, tras el final de una relación, no se completa el duelo, porque se inhibe, queda retenido en una fase o se inicia una nueva relación prematuramente. Cuando no se completa el proceso, aquello que no ha sido vivido e integrado, interfiere, a menudo inconscientemente, en la nueva relación, saboteando la presencia, el amor y la intimidad.

Antes de embarcarnos en una nueva aventura es importante haber digerido la anterior. Darnos el tiempo necesario para procesar, responsabilizarnos, cicatrizar las heridas, aprender de la experiencia y estar realmente listos para abrir el corazón y confiar de nuevo. 

La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross, experta en procesos de duelo, divide la experiencia en cinco fases. Aunque no siempre sigue el orden descrito, ni todas las personas experimentan las cinco etapas, este modelo nos puede ayudar a entender, respetar y acompañar el proceso de duelo.

1- Shock, negación, disociación
La primera fase suele ser de shock. Cuando es una pérdida importante —la muerte de un familiar o un amigo, una ruptura sentimental, una experiencia de abandono— la mente se protege negando la realidad o disociándose para amortiguar el dolor. Es natural, sobre todo cuando son muertes inesperadas o rupturas sentimentales no deseadas. En un primer momento nos refugiamos en la negación o la disociación (desconexión emocional), para parar el golpe y asimilar los hechos poco a poco.

2- Enfado, ira, envidia
Cuando por fin abrimos los ojos y el corazón a la realidad y empezamos a sentir nuestro cuerpo emocional, entramos en la segunda fase: el enfado. Al principio puede despertarse indignación, rabia, envidia. Pensamos que lo que ha sucedido es injusto, cruel, no debería haber sucedido, no nos lo merecemos... Nos enfadamos con la persona que nos ha dejado o con la vida por habérnosla arrebatado. Sentimos contrariedad, injusticia y resentimiento: «¿Por qué la vida me hace esto?».

3- Negociación, diálogo interior
La tercera fase suele ser una «negociación»; un proceso mental donde dialogamos con el alma del ser querido, con la vida o con Dios, una oportunidad para revertir o reconducir los acontecimientos. Nos decimos: «¿Qué habría sucedido si...?». En el fondo sabemos que no es posible cambiar lo que ha sucedido, pero nos aferramos al pasado. A través de un diálogo mental nos mantenemos en contacto con el ser querido. Si la separación se debe a un fallecimiento, sabemos que no podemos revertir los acontecimientos, pero cuando se trata de una ruptura sentimental, la esperanza o la fantasía de que el otro volverá a nuestro lado puede hacer que nos quedemos estancados en esta fase durante años.

4- Depresión, dolor, vacío
Una vez que asumimos que no podemos resistirnos a la realidad, empieza a aflorar el dolor. A esta fase del duelo se le llama la fase de depresión, porque nos ponemos en contacto con sentimientos profundos de tristeza, vacío, miedo, culpa, añoranza, desesperación. Sentimos que la vida ya nunca será igual: no volveremos a ser felices, no encontraremos a nadie que nos aporte lo mismo; sentimos que nunca lo superaremos y que nada tiene sentido. 

En esta fase vemos todo muy negro, porque estamos afrontando un cambio irreversible, emocionalmente desbordados, despidiéndonos de un ser querido y de todo lo que eso comporta. Es natural sentir desesperanza y desconsuelo, y que emerjan dolorosos sentimientos de abandono y desvalorización de nuestro niño/a interior. Pero, ningún paisaje emocional es permanente, si permitimos el fluir natural de nuestras emociones, llorar la pérdida y expresar nuestro dolor, antes o después empezaremos a ver la luz al final del túnel. 

5- Aceptación, integración, readaptación
La última fase del duelo es la aceptación. Tras haber afrontado la situación y haber transitado por todo tipo de paisajes emocionales, empezamos a integrar la experiencia, a adaptarnos a la nueva realidad, a aceptar que no hay vuelta atrás. Después de una catarsis, nuestro cuerpo emocional se estabiliza, el corazón se serena, empezamos a apreciar las cosas buenas que hay en nuestra vida, recobramos la ilusión y la alegría, redirigimos nuestra mirada y encontramos un nuevo sentido a nuestra existencia.
     
Cada relación es única, cada duelo es distinto. Es muy diferente la muerte de una madre o un padre en la infancia que, en la edad adulta, perder a un hijo que a un progenitor. No es lo mismo una ruptura sentimental en una etapa vulnerable de la adolescencia que, a una edad con más madurez, experiencia y recursos personales. Es muy distinto el final de una dolorosa relación de codependencia que perder a un compañero/a de vida. Sin embargo, hay algo común en todas las pérdidas; en cada duelo hay un aprendizaje y un desprendimiento que nos va preparando para el duelo final: despedirnos de nuestra propia vida.


Extracto del libro: 'Sanar el corazón'.
Despertar el maestro interior 
y sanar las heridas emocionales.

Ketan Raventós Klein
- Ediciones Gaia -

 

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