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La zanahoria de la (in)felicidad

Seguramente conoces la metáfora del asno y la zanahoria. El jinete ata una zanahoria con una cuerda y un palo y la cuelga frente al burro. Como el animal desea la zanahoria camina para alcanzarla, pero al caminar la zanahoria también avanza. De esta forma el jinete consigue que el burro camine y persiga la zanahoria, pero nunca la puede alcanzar, porque la zanahoria siempre está en el futuro.

¿Qué es la felicidad? ¿Algo que sucede en el futuro cuando se cumple nuestro deseo? ¿Qué experimentamos cuando se cumple nuestro deseo? Tal vez un instante de satisfacción y relajación tras la tensión de la espera o el esfuerzo realizado, e inmediatamente surge otro deseo… 

En los primeros años de vida, las personas que nos educaban nos empujaron a perseguir unos objetivos, trasmitiéndonos la idea de que, cuando alcanzásemos la meta, seríamos felices. Naturalmente, como nosotros no sabíamos nada y dependíamos y confiábamos en las personas que nos cuidaban, nos esforzamos en alcanzar los objetivos. Pero, poco a poco, al estar enfocados en los objetivos, es decir, en el futuro, fuimos perdiendo el contacto con el aquí ahora, con la vida, con nuestro Ser.

Vivir para el futuro se convirtió en nuestro estilo de vida. En el futuro, cuando consiguiésemos esto o aquello, se cumplirían nuestros sueños —o al menos nuestras obligaciones— y por fin seríamos seres completos. Gracias a un gran esfuerzo fuimos avanzando, completando etapas, consiguiendo objetivos, pero cada vez que se cumplía un objetivo aparecía nuevos objetivos, nuevas metas que debíamos culminar para poder realizarnos. 

Crecimos y vivimos creyendo que la realización está en el futuro. Porque fuimos educados y entrenados para perseguir objetivos. Somos expertos en abstraernos del presente para enfocarnos en el futuro. Creemos que, cuando se cumplan nuestros sueños, por fin podremos ser felices y disfrutar de la vida. 

Al principio, la motivación de nuestra carrera era para conseguir algo, algo que supuestamente nos daría la felicidad, en el futuro. Pero el futuro es como un espejismo, solamente existe en nuestra imaginación; la vida siempre sucede en el ahora. Y al no vivir enraizados en el presente —en la realidad—, al vivir disociados de nuestras necesidades reales, hemos ido acumulando carencias, malestar, dolor, frustración. Y, sin darnos cuenta, el impulso de la carrera ha cambiado, ya no corremos para alcanzar un objetivo que nos dará la felicidad, ¡corremos para escapar de nuestro malestar!

A menos que seas muy inocente y todavía no te hayas dado cuenta del truco de la zanahoria, si eres honesto/a contigo mismo, te habrás percatado de que usas toda clase de zanahorias para intentar escapar de ti mismo/a. Es normal, es lo que ves a tu alrededor, lo que la sociedad te ha enseñado.

¿Cómo hemos llegado a este punto? Desde la infancia se nos inculca una idea: «Tú, tal como eres, no eres suficiente, no estás completo/a; para ser alguien tienes que lograr unos objetivos, colmar unos ideales». Desde muy pequeños se nos enseña que el presente es irrelevante, porque todavía no eres quien tienes que ser; lo importante es el futuro, cuando seas alguien, cuando consigas terminar tus estudios, cuando tengas un título universitario, un trabajo, un buen sueldo, una pareja, un reconocimiento social, unas posesiones, unos hijos, etc.

Poco a poco vamos perdiendo el contacto con el presente, con la realidad externa y con la realidad interna, para tratar de conseguir un bienestar que supuestamente está en el futuro. Pensamos que, si logramos aquello que nos hemos propuesto, estaremos satisfechos y empezaremos a disfrutar de la vida. Pero, cuando conseguimos lo que queremos, inmediatamente sentimos que no nos aporta la plenitud esperada y asumimos que la felicidad está en otra parte, y que para lograrla hay que perseguir otro objetivo. 

Creemos que la felicidad está en el futuro y esa convicción se ha convertido en un estilo de vida. Y así pasan los años, siempre corriendo detrás de una zanahoria. Hasta que llegas a un punto que estás exhausto/a de correr detrás de tantas zanahorias y empiezas a dudar de que ahí fuera vayas a encontrar la zanahoria de la felicidad. Y tu vida deja de tener sentido, te indignas, te deprimes... Y es que perseguir zanahorias tiene sus ventajas: te mantiene entretenido, ocupada y, sobre todo, mantiene viva tu esperanza: «Antes o después encontraré la zanahoria de la felicidad».

De una forma u otra la vida nos muestra lo absurdo de vivir para el futuro, porque la vida está sucediendo siempre aquí y ahora. Perseguir la zanahoria de la felicidad es posponer. La vida está sucediendo hoy y, en lugar de vivirla, de saborearla, de disfrutarla, de amarla, de adentrarnos profundamente en sus misterios, de enfrentarnos a los retos que nos trae para crecer, la estamos posponiendo para el día de mañana, cuando nos jubilemos o encontremos la zanahoria perfecta.

A veces hemos invertido tanto en nuestras zanahorias que no estamos dispuestos a dejar ir nuestras fantasías. Reconocer que hemos estado persiguiendo zanahorias y hemos pagado un precio muy alto por ello duele. Para el ego –la identidad ilusoria que hemos construido para tratar de conseguir la zanahoria de la felicidad–, reconocer su propio fracaso es demoledor.

Llegados a este punto hay dos opciones: «Todo es una mentira. Yo soy una víctima del sistema y tengo muchas razones para estar enfadado/a» o «Me estoy dando cuenta de que la vida no es lo que yo creía. La felicidad no está en el futuro, lo único que tengo es el ahora. El tiempo que me queda de vida, en lugar de perseguir zanahorias, voy a vivirlo. ¡Gracias a la vida, que me ha dado una segunda oportunidad!».

Darnos cuenta de que hemos estado viviendo en una ilusión puede ser muy perturbador. Es natural, contemplar que aquello en lo que hemos creído e invertido nuestro tiempo y nuestra energía se derrumba es inquietante. ¿Quién soy yo cuando los sueños y las convicciones que me sostenían se desmoronan? 

Cuando eso sucede, entramos en crisis. A veces este tránsito, donde lo viejo muere y todavía no somos testigos de un renacimiento, nos aterra. La inseguridad, el no tener certezas o una meta definida, el miedo al vacío, a no saber, a perder el control, a perder la cabeza y enloquecer, a ser un perdedor, puede ser aterrador.

Cuando todo se derrumba, cuando ya no sabes ni quién eres, cuando no te queda ni la esperanza de encontrar una zanahoria que te salve, ¿qué te queda? Solamente abrirte al misterio del ahora: la fuente de la vida y el amor. Hasta ahora has estado buscando las respuestas, el amor y el sentido de tu vida afuera. 

¿Qué puedes hacer cuando aquello en lo que creías ya no se sostiene y no tienes dónde agarrarte? Cuando se han roto tus sueños, cuando has perdido la esperanza de que algo o alguien te puede salvar, solamente te queda la vida, la vida que palpita dentro de ti. ¿Qué otra cosa puedes hacer que rendirte al ahora —lo único real que tienes—, abrir el corazón y dejar que el amor que irradia tu Ser te sostenga? 
 

Extracto del libro: 'Sanar el corazón'.
Despertar el maestro interior
y sanar las heridas emocionales

Ketan Raventós Klein
- Ediciones Gaia -
 


 

 

 

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