La brecha entre la personalidad y el Ser:
cómo perdimos el contacto con nuestra naturaleza esencial
En los primeros años de vida somos muy frágiles, dependientes y vulnerables, y como no podemos cambiar ni evitar las situaciones que nos producen dolor, desarrollamos una coraza mental-emocional-energética para protegernos. Esta estructura es la base donde, a lo largo de la vida, construimos lo que llamamos la personalidad.
El origen de la palabra personalidad es un término griego, persona, que posteriormente adoptó el latín, y que significa 'máscara' (las que usaban los actores en el teatro). A veces estamos tan identificados con nuestra personalidad, la coraza y los roles que interpretamos, que no somos conscientes del Ser que hay detrás de la máscara; vivimos e interactuamos creyendo que somos el personaje que hemos desarrollado, ajenos a nuestra naturaleza esencial.
Cuando en la infancia y en la adolescencia no tenemos el sostén amoroso que necesitamos, o crecemos muy presionados por las exigencias y las expectativas de los adultos que nos cuidan, para evitar el dolor de ser juzgados y rechazados y tratar de conseguir el cariño y la aprobación que necesitamos, nos vemos obligados a renunciar a nuestra autenticidad, a reprimir lo que somos y lo que sentimos, para intentar convertirnos en aquello que se espera de nosotros.
De esta forma, poco a poco, se crea una brecha, una desconexión, entre la personalidad y los roles que hemos tenido que desarrollar para adaptarnos a la sociedad y nuestra naturaleza esencial, nuestros verdaderos sentimientos y necesidades.
¿Qué puede hacer un niño o una niña cuando siente que su naturaleza esencial es ignorada, rechazada o menospreciada? Cuando el menor siente que no es aquello que su madre, su padre, sus profesores o cuidadores esperan de él o ella, su estrategia pasa por disociarse de su naturaleza, ocultarse o disfrazarse. ¡Lo que sea necesario para minimizar el sufrimiento! La estrategia adoptada para sobrevivir puede ser reprimir, pretender, agradar, controlar, manipular, seducir, enmascararse, desconectarse, aislarse, etc.
Luego, en la edad adulta, seguimos esforzándonos en mejorar nuestra personalidad, nuestra imagen y nuestras estrategias, para tratar de conseguir lo que necesitamos y ser felices. Pero el vacío que sentimos –consecuencia de la desconexión temprana de nuestra naturaleza esencial–, las heridas, los temores y las carencias de nuestra infancia, siguen dirigiendo el guion de nuestra vida, condicionando profundamente nuestra visión, nuestros sentimientos y nuestro comportamiento.
Detrás de las apariencias, del personaje que hemos creado para adaptarnos a la sociedad, y a pesar de todo lo que hemos hecho para mantener el control, demostrar nuestra valía e intentar ser felices, nuestro corazón ha acumulado mucho dolor, confusión, temor y resentimiento. Unas heridas a menudo negadas, reprimidas o enmascaradas que tiñen nuestra existencia, saboteando el bienestar, la confianza, el amor propio y la intimidad.
Extracto del libro: 'Sanar el corazón'.
Despertar el maestro interior
y sanar las heridas emocionales.
Ketan Raventós Klein
- Ediciones Gaia -