El miedo a ser un perdedor
La educación, a través de la familia, la escuela, la universidad, la política, la cultura, la economía y los medios de comunicación, moldea y condiciona al individuo. La influencia y la presión de la educación que recibimos los primeros años de vida determina nuestra visión y actitud ante la vida.
¿En qué consiste la educación? En nuestra sociedad, la educación consiste básicamente en acumular información y objetivos. En hacerte creer que, si logras acumular conocimientos y cumplir ciertos objetivos, serás feliz, y si no los logras, serás desgraciado/a. Obviamente, el mensaje que nos han trasmitido es: «Si no eres feliz es porque no has sido capaz de alcanzar los objetivos; o sea, no has dado la talla». Los americanos lo llaman ser un perdedor. Desde niños, el miedo a ser excluidos, a convertirnos en perdedores, ha hecho que nos embarquemos en una carrera frenética persiguiendo la zanahoria del éxito y la felicidad.
El enfoque y el sentido de todo lo que hemos hecho y aprendido son objetivos externos. Nos hemos volcado en conseguir cosas, conocimientos, diplomas, buena apariencia, trabajo, dinero, relaciones, poder, control, reconocimiento, etc. Hemos conseguido muchas cosas —algunas muy buenas—, pero hemos pagado un precio muy alto: nos hemos disociado de nuestra interioridad.
El miedo a no ser adecuados, a nos ser lo que la sociedad espera de nosotros, nos ha empujado a abandonarnos internamente y a disfrazarnos, a perseguir unas metas y desarrollar una personalidad desconectada de nuestra verdadera naturaleza, para adaptarnos a unas expectativas; a menudo a costa de vivir una vida pretenciosa, vacía, sin sentido.
Tenemos treinta, cuarenta o cincuenta años y no nos conocemos realmente. No hemos aprendido a adentrarnos en nuestra interioridad, a escucharnos, a sentir nuestro cuerpo emocional, a conocer y gestionar adecuadamente nuestra vulnerabilidad, a respetar y vivir de acuerdo a nuestra naturaleza esencial, a ser amorosos con nosotros mismos —requisito básico para poder ser amorosos con los demás—, a sanar nuestras heridas.
Naturalmente, se nos ha acumulado la faena. Hemos estado tan ocupados lidiando con las exigencias del mundo exterior, formándonos, cumpliendo con nuestras obligaciones, esforzándonos para ser alguien, tratando de demostrar nuestra valía, luchando para merecer un lugar en la sociedad, intentando ganar dinero y respetabilidad, o simplemente dedicados a sobrevivir en un entorno muy competitivo, que durante muchos años hemos aparcado el mundo interior, y hemos ido acumulando heridas, dolor, tristeza, descontento, frustración, resentimiento… y un vacío insoportable. Hasta que llega un punto donde todo ese malestar interior nos desborda. Ya no podemos ignorarlo más; necesitamos algo que nos alivie para seguir viviendo.
Entonces queremos una pastilla, una terapia, una pareja, un libro, un maestro, una sustancia, una meditación, un ritual, una oración, un mantra, algo o alguien que nos ayude a eliminar nuestro sufrimiento. Pero, aunque hay muchas cosas que ayudan, el remedio mágico no existe. Eso no es una desgracia, no es un motivo más para que te culpabilices y te resignes a vivir una vida absurda, sin sentido. No, es una invitación a parar, a sentirte, a escucharte, a conocerte, a traer más consciencia y amor a nuestras vidas.
Extracto del libro: 'Sanar el corazón'.
Despertar el maestro interior
y sanar las heridas emocionales.
Ketan Raventós Klein
- Ediciones Gaia -