Cuando la luz del corazón es eclipsada
Estar vivos significa que en nuestro corazón conviven el anhelo de amor —de conectar, de compartir, de amar, de sentirnos queridos y aceptados— y el anhelo de libertad y autenticidad —de ser fieles a nuestra verdad, a nuestro sentimientos, a nuestra visión—. Esa dicotomía a menudo genera conflicto, dolor e incomprensión, desde la misma infancia.
Si crecemos rodeados de un entorno de amor incondicional, la confianza y la autoestima se desarrollan naturalmente. El amor nutre nuestra genuina individualidad y crea las bases para el amor propio. Al sentirnos amados y apoyados a ser tal como somos, las raíces de nuestro ser reciben la nutrición necesaria para crecer y florecer.
Pero si hemos crecido con mucha carencia de amor, en un contexto en el que había muchos prejuicios, mandatos y exigencias para merecer amor, en el que el amor era escaso y condicional, sujeto al cumplimiento de unas expectativas, en nuestro corazón se generó una herida de abandono y desvalorización, y para tratar de merecer amor aprendimos a ser y hacer lo que otros querían, incluso a dejar de ser quien somos para intentar ser aceptados.
Paradójicamente, buscando el amor nos perdimos. Al no recibir la nutrición que necesitábamos, perdimos la confianza en nuestra naturaleza esencial. La carencia de amor nos hizo creer que había algo defectuoso o inadecuado en nuestro ser.
Cuando un niño o una niña no se siete amada y aceptada tal como es,
no deja de buscar el amor de sus padres y de su entorno,
deja de amarse a sí misma.
Vivir con el sentimiento de ser defectuosos, de no ser merecedores de amor, es muy doloroso. Sabotea la confianza en uno mismo/a y en la vida. Ante la crítica, la desaprobación o el rechazo, nos tambaleamos. Y para no sentirnos tan frágiles y vulnerables tuvimos que protegernos, desarrollar una coraza y un personaje para adaptarnos a las circunstancias.
¿Qué podíamos hacer para merecer amor? Tratar de ser alguien distinto disociándonos de nuestro corazón para intentar ser lo que se esperaba de nosotros. Así fue como, poco a poco, buscando el amor, nos alejamos de nuestra naturaleza esencial. Aprendimos a disfrazarnos, a ser deshonestos, a pretender, a ser algo que no somos para intentar conseguir atención, aprobación, cariño, hasta convertirnos en alguien distinto de quien somos de verdad.
¿Qué sucedió en nuestro corazón con su anhelo esencial de amor y libertad? El anhelo del corazón sigue ahí, enterrado, debajo de la coraza, cubierto con capas de personalidad. Como la prioridad era sobrevivir, empujados por las circunstancias, nos acostumbramos a ignorarlo, a vivir una vida desconectada de nuestro corazón.
Cuando la presión externa es muy intensa, debido a las expectativas familiares, morales, religiosas, sociales o económicas, y el corazón alberga mucho dolor, el miedo, las obligaciones y las ambiciones suplantan el anhelo del corazón, y los «deberías» y «no deberías» dirigen nuestra vida.
Pero, a pesar de los condicionamientos, las creencias y las circunstancias, el corazón nunca se somete a una visión ajena o un guion impuesto. El corazón de cada ser humano alberga una visión, una misión y un destino único e impredecible. La mente puede ser condicionada y moldeada por la sociedad; el corazón no. La mente puede ser programada para reprimir y suplantar al corazón, pero nadie puede imponer al corazón una visión externa. El corazón tiene ojos y vida propia, y en él reside el potencial y la belleza única y especial de cada ser humano.
El corazón nos invita ir más allá del marco mental heredado, de las expectativas y los mecanismos de la sociedad; nos invita a sentir, a experimentar, a descubrirnos, a no conformarnos con ideas, fórmulas o respuestas prestadas, a abrirnos a lo desconocido, a escucharnos, a buscar el sentido de nuestra existencia a través de la propia experiencia, a atrevernos a ser quien somos y caminar nuestro propio camino.
Aunque nuestro corazón esté herido, aunque nos hayamos cerrado para protegernos, o aunque nos hayamos alejado de él para tratar de alcanzar unos objetivos, el anhelo del corazón siempre vuelve. En realidad nunca se fue, siempre ha estado ahí, esperando pacientemente la oportunidad de volver a iluminar tu camino.
Nunca es demasiado tarde para recuperar tu vida, para parar, empezar a escucharte, sanar las heridas de tu corazón y aprender a amarte.
Extracto del libro: 'Sanar el corazón'.
Despertar el maestro interior
y sanar las heridas emocionales.
Ketan Raventós Klein
- Ediciones Gaia -